Una pequeña nube negra es la señal de la venida de Jesús—Pronto aparece en el este una pequeña nube negra, de un tamaño como la mitad de la palma de la mano. Es la nube que envuelve al Salvador y que a la distancia parece rodeada de oscuridad. El pueblo de Dios sabe que es la señal del Hijo del hombre. En silencio solemne la contemplan mientras va acercándose a la tierra, volviéndose más luminosa y más gloriosa hasta convertirse en una gran nube blanca, cuya base es como fuego consumidor, y sobre ella el arco iris del pacto. Jesús marcha al frente como un gran conquistador.—El Conflicto de los Siglos, 698.
Luego se volvieron nuestros ojos hacia el oriente, por donde había aparecido una negra nubecilla, del tamaño de la mitad de la mano de un hombre, y que era, según todos comprendíamos, la señal del Hijo del hombre. En solemne silencio contemplábamos cómo iba acercándose la nubecilla, volviéndose más y más brillante y esplendorosa, hasta que se convirtió en una gran nube blanca con el fondo semejante a fuego. Sobre la nube lucía el arco iris y en torno de ella aleteaban diez mil ángeles cantando un hermosísimo himno. En la nube estaba sentado el Hijo del hombre. Sus cabellos, blancos y rizados, le caían sobre los hombros; y llevaba muchas coronas en la cabeza. Sus pies parecían de fuego; en la diestra tenía una hoz aguda y en la siniestra llevaba una trompeta de plata. Sus ojos eran como llama de fuego, y con ellos escudriñaba a fondo a sus hijos.—Notas Biográficas de Elena G. de White, 72, 73.
Luego se volvieron nuestros ojos hacia el oriente, por donde había aparecido una negra nubecilla, del tamaño de la mitad de la mano de un hombre, y que era, según todos comprendíamos, la señal del Hijo del hombre. En solemne silencio contemplábamos cómo iba acercándose la nubecilla, volviéndose más y más brillante y esplendorosa, hasta que se convirtió en una gran nube blanca con el fondo semejante a fuego. Sobre la nube lucía el arco iris y en torno de ella aleteaban diez mil ángeles cantando un hermosísimo himno. En la nube estaba sentado el Hijo del hombre. Sus cabellos, blancos y rizados, le caían sobre los hombros; y llevaba muchas coronas en la cabeza. Sus pies parecían de fuego; en la diestra tenía una hoz aguda y en la siniestra llevaba una trompeta de plata. Sus ojos eran como llama de fuego, y con ellos escudriñaba a fondo a sus hijos.—Notas Biográficas de Elena G. de White, 72, 73.
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People & Blogs | Upload TimePublished on 1 Jul 2019 |
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